Se vivía momentos de conmoción, la guerra era inminente. El Capitán comúnmente
era el responsable de la planificación del personal militar, un trabajo
administrativo de ocho horas sentado frente a un computador, que lo había
separado de la actividad operativa y del entrenamiento que recibe un militar
que continuamente emplea las armas.
Un día le llegó la disposición de recibir el equipo de combate y liderar
un grupo de 50 personas, los mismos que tenían como misión proteger un
objetivo estratégico que si el enemigo destruía, podría afectar gravemente a la
voluntad de lucha del país.
Lo pensó una y mil veces, ¿por qué a mí?, si existen muchas personas
entrenadas y con mejores actitudes de liderazgo, pero cumplió lo dispuesto; fue
trasladado al punto de defensa, entonces empezó conociendo a su personal, ¡oh
sorpresa!, ninguno tenía entrenamiento, todos cumplían funciones
administrativas.
Se organizaron de tal forma que proyecten un impacto disuasivo, con
estrategias de combate que adaptaron a los conocimientos del grupo.
Permanecieron varios días en ese lugar y cada día se sentía que la voluntad decaía,
empezó con algunas estrategias, permitiendo tener una rotación y descanso
adecuado para que se mantenga el dispositivo de seguridad y el personal no se
sienta cansado.
Todos los días se buscaba opciones para que su motivación positiva no
desaparezca; sin embargo, conforme pasaban los días, el personal creía que eran
derechos y adoptaban una posición de querer más. El Capitán, ya no tenía más
opciones. Los Generales y altos oficiales, no se preocupaban por ese personal,
y sentían que no había respaldo, estimaron que la misión no era tan importante
como lo hacían ver, también comentaban que su función nunca fue importante, que
la institución no perdía nada si faltaba este personal.
El personal con más años eran los más desmotivados, no eran fáciles de
llegar y peor aún convencerlos y contagiaban a los más jóvenes, todo el tiempo
ganaban adeptos, el Capitán ya no tenía reacción, estaba por unírselos.
Un día llegó una patrulla de soldados y les informaron que la guerra había
terminado y que debía regresar, la emoción invadió el campamento, todos se
sentían héroes, estaban felices por regresar a sus hogares y ver a su familia.
Llegaron al edificio de mando, convencidos de que por fin tendrían unos días
para disfrutar de su familia y recuperar el tiempo perdido, pero la gran
sorpresa fue que nadie los recibió, no eran importantes para nadie, el Capitán
intentó hablar con el Comandante y solo recibió la orden de regresar a sus
labores administrativas y ponerse al día en todos los pendientes.
No supo cómo transmitir esa noticia, y les dijo que todos estaban orgullosos
de ellos; que no había espacio para el descanso y que todo minuto era valioso
para empezar desde cero y resurgir como una institución fuerte. Todos
accedieron y la rutina inicio.
El Capitán aprendió mucho de los errores experimentados, en el campo de
batalla había salido avante, pero su ser tenía grandes heridas, cargaba el
dolor de su grupo, sabía que en sus manos no estaba el cambio y que este ciclo
se podría repetir, con otros actores, pero que siempre se generará
malestar.
Esta historia se repite en muchas organizaciones, donde todavía no existe la
cultura de administrar al talento humano, enfocado a su desarrollo y su
motivación.
Las heridas que provocamos:
- Designamos al personal a ejecutar actividades que no conocen o carecen de
experiencia.
- Nunca preguntamos o visitamos al personal, para conocerlo.
- Nos olvidamos del reconocimiento o un simple gracias.
- Formamos grupos de trabajo que nadie destaca o que pueda transmitir el
conocimiento necesario.
- Tratamos a todos por igual y no se diferencia al personal proactivo del
personal que no tiene actitud de trabajo.
- Jefes que por la incapacidad para liderar, prefieren ser temidos a ser
amados.
- No existe comunicación y nadie conoce del aporte que brinda a la
organización, que parte del engranaje es y por cuanto tiempo lo será.
Con estas heridas, generamos la fuga de talentos, un alto índice de rotación
y un mal clima organizacional, en la que perdemos todos. El gerente no avizora
el problema, no entiende que estas acciones provocarían minimizar utilidades,
siendo necesario recortes continuos de personal y recursos, hasta llegar
al declive absoluto en el que desaparece la organización.